Una Mirada ética sobre el llamado TGD. Pensando lo insoportable como práctica de lo posible

Por Verónica Taboada[i]  

Propongo  empezar a pensar algunos posicionamientos de los profesionales que trabajamos con la salud mental que hacen a la ética y a lo político, de cómo se trabaja con niños con patologías graves como psicosis o autismo (las teorías cognitivo conductuales las nombran como TGD, Síndrome de Asperger).
Hacer de soporte de un dolor imposible de representar como el que sufren los niños con psicosis o autismo y sus progenitores nos interpela, y fundamentalmente nos posiciona.
Retomando lo político y lo ético, es importante tener una posición en relación al discurso totalizante de las neurociencias, que pretende hacer un todo del funcionamiento psíquico (llamando a todos los sufrimientos de la misma manera, dando el mismo diagnóstico a niños con sufrimientos muy diferentes)  y que además, todo está escrito, borrando las historias, únicas y particulares, de los niños que sufren y sus familias.
Esto hace posible un encuentro entre el niño y el analista, donde el trabajo lo indica el niño, lo visibiliza con sus estereotipias, con sus objetos privilegiados, su ecolalia, sus sonidos peculiares. Escucharlas, como construcciones únicas a las cuales recurre ese niño en particular, más allá del diagnóstico, es subjetivizarlo (considerarlo un sujeto único y particular). Compartirlas con sus padres, con el fin de armar su historia, ponerla a circular para comprender de qué manera ese niño está sufriendo y de esta forma ayudarlo a él y su familia.
Trabajar con estos niños es estar disponibles, dispuestas a inventar, a soportar, en términos de hacer de soporte, a angustiarse, a leer, analizarse, pero fundamentalmente a transformar. Permitirnos intervenir en libertad, la que nos otorga la posibilidad de jugar y jugarse con lo que trae el niño, más allá de lo normativo, no para explicarlo, simplemente para ponerlo en movimiento, para sacarlo al menos alguna vez de lo mortífero y su retorno por momentos desenfrenados.
No hay recetas, ni guías de instrucción de cómo trabajar con niños con extremo sufrimiento, pero sí resulta necesario: leer todo lo que se pueda, frustrarse para volver a empezar, esperar con paciencia y deseo, jugar, saberse jugar ahí, en un momento donde sea posible una apertura.
Es, en el encuentro único y particular con el niño psicótico o autista que una empieza a crecer, a inventar, a “escuchar” con mayor fineza, a trabajar con el detalle y valorarlo.
Pero este trabajo no es en soledad, es entre varios, al decir de Di Ciaccia,  pensando e interviniendo con otros, con otros colegas, con la escuela, con los progenitores, abuelos etc. Terapeutas, acompañantes, maestros, médicos, todos hacia una misma dirección, “hacerle un lugar al niño”. Un lugar que lo represente.
Este encuentro con estos niños es político, porque es un trabajo en silencio y en resistencia, resistir a la clasificación, homogenización, a la normativización, a la medicación como único método efectivo de “tranquilizarlo”,  a los pronósticos  invalidantes.  Al “delivery curandis”. Y es ético, entre tantas cuestiones, porque nos interpela como profesionales, porque nos concierne y nos invita a ponerle el cuerpo, a estudiar, a supervisar, a reflexionar con otros. A preguntarnos por qué nos dedicamos al trabajo con niños con alto monto de sufrimiento.
                                          
Para INFANCIA EN MOVIMIENTO, a mi sobrina Felicitas y a todos los niños y niñas de  la madre tierra, que portando su diferencia, resisten a la lógica del enderezamiento, la homogenización y el adoctrinamiento, las neurociencias y sus súbditos las TCC (Teorías Cognitivo-Conductuales). Y resisten a las corporaciones que cotizan millones de dólares, por los fármacos que imponen a los niños que sufren.





[i] Docente de Práctica Clínica, Universidad Nacional del Comahue, Psicóloga del Centro Educativo Terapéutico Quelluen y docente del IFD n°4. Ex Alumna de la Especialización en Psicoanálisis con Niños UCES-APBA.