Por
Beatriz Janin[i]
Los niños de hoy nos
exigen interrogarnos sobre nuestros abordajes.
Redimensionar
los tiempos de la infancia, tomar en cuenta los avatares de la constitución
subjetiva, rescatar los modos del decir infantil, parece ser central en estos
momentos de anulación de diferencias y de homologación del niño a una máquina
“productiva”. Lo fundamental es rescatar la subjetividad.
Los “diagnósticos”:
Muchos
niños vienen ya con un “diagnóstico”, realizado por profesionales, padres o
maestros. Es decir, no se consulta con preguntas sino con supuestos saberes
adquiridos por el discurso de otros profesionales o por la consulta a internet.
Pero
sabemos que un “sello” no es inocuo, que un niño se constituye a partir de la
imagen que los otros le devuelven, que tenemos que ser muy cuidadosos para no
fijar como estable un tipo de funcionamiento que puede ser transitorio o que
podemos modificar con el trabajo analítico.
Muchas veces, los padres se encuentran con nosotros
después de un largo peregrinaje en el que han recurrido a diferentes
profesionales, intentando modificar cada una de las dificultades de ese niño,
generalmente como si fuera un conjunto de piezas en el que hay que arreglar
cada una por separado.
Se les dieron diagnósticos, a veces el niño fue
medicado… pero algo insistió. Y piden ser escuchados de otro modo.
Los
trabajos médicos suelen insistir sobre la importancia de diagnosticar rápido
para comenzar tempranamente con la medicación. Hay una distancia considerable entre
el reconocimiento de las influencias recíprocas y las correspondencias entre
los sistemas neurobiológico y psíquico, y la implementación de acciones correctivas
a nivel biológico. Al quedar la biología como verdad última y definitiva,
relega a un segundo plano a los otros modos de comprensión del problema y de su
sentido. Se pierde de este modo lo que hace a la peculiaridad particular de lo
psíquico y sus determinaciones.
En
muchos casos una indicación conductual tiene el mismo efecto: borra las
preguntas sobre las determinaciones y anula los matices, obturando la
posibilidad de pensar la complejidad. Esto se da claramente cuando se responde
linealmente al pedido de los padres de “indicaciones” acerca de cómo tratar al
hijo.
Las condiciones
socio-culturales:
Entre
las condiciones socio-culturales es fundamental tener en cuenta la idea generalizada de un hombre tipo
máquina, que tiene que producir antes que nada. Esto lleva a que el
sufrimiento, la infelicidad, la tristeza, aparezcan como problemas, en tanto la
persona triste no puede producir ni consumir como se esperaría.
El
otro punto es la desmentida de la diferencia niño-adulto, en tanto se considera
al niño como alguien que tiene que mostrar de muy pequeño todas sus
capacidades, adaptándose armoniosamente a las exigencias de cada momento. Como
los niños responden de modos imprevistos, padres y maestros suelen estar
desconcertados frente a conductas diferentes a las esperadas. Se desmiente así
la infancia como un tiempo de cuentos, juegos y descubrimientos cotidianos.
Hay
también un borramiento de las diferencias íntimo-público, con el valor que ha
cobrado el tema de la visibilidad. Se “es” si se es mirado por muchos otros (y
si es en una pantalla, mejor).
Padres
desbordados, que se presentan diciendo “No doy más, no sé qué hacer”, y niños
que sufren en un mundo en el que hay poco espacio para desplegar el sufrimiento
y que se mueven sin rumbo, gritan, exigen, y a la vez se odian por necesitar al
otro, como si tendiesen a anular aquello que les marca la dependencia.
Padres
que se asustan frente al enojo de su hijo, que acceden a sus pedidos no porque
lo tengan en cuenta sino como modo de evitar el conflicto.
Son
frecuentes las consultas por niños que no quieren crecer ni aprender y se
refugian en la identificación con un personaje omnipotente, desmintiendo toda
ignorancia ("yo ya lo sé"), mientras los adultos plantean el futuro
como temible.
Nuevas
formas de estructuración psíquica, niños que parecen carecer de los diques a
los que estábamos acostumbrados…Pero no por falta de límites o porque no se les
impongan prohibiciones, sino porque quedan ubicados en un lugar de pares de los
adultos, porque lo que se les transmite no es que cuando sean grandes van a
poder, sino que pueden más ahora que cuando sean grandes.
También
podemos tener en cuenta que en los últimos años les hemos “dado la palabra”. Y
esto me parece también muy importante: los niños de hoy suelen manifestar más
abiertamente lo que quieren y lo que sienten. Y esto nos facilita el camino del
tratamiento.
Es
decir, los niños de hoy convocan al otro, de diferentes maneras, a estar
“presente”. Lo que no toleran es la ausencia psíquica, la desconexión del
adulto.
Y
los adultos suelen vivir esa convocatoria como un ataque o una demanda excesiva.
En
esas condiciones, los niños van haciendo el recorrido que pueden, entre su
historia, la de sus antepasados, las urgencias internas y externas, los
vínculos cercanos y el medio socio-cultural en el que les tocó vivir.
Cuando
lo que hacen los profesionales es patologizar y medicalizar, sin tener en
cuenta las vicisitudes particulares de la constitución subjetiva y se
desestiman las peculiaridades de cada historia, se replica el movimiento
desubjetivante.
Frente
a esto, es muy importante implementar intervenciones que posibiliten el
despliegue de la subjetividad y devolver una mirada que reinstale el tiempo de
la infancia como un tiempo de transformaciones.
El trabajo con la
escuela:
Trabajar
con los padres, intervenir con el niño posibilitando estructuración psíquica
son tareas cotidianas. Pero también trabajar con docentes y con otros
profesionales.
La
escuela es, cada vez más, un lugar fundamental en la vida de todo niño. Es el
primer lugar de inserción social y el que un niño quede afuera es interpretado
como un vaticinio funesto sobre su vida. También, es la primer mirada
extra-familiar sobre el niño. Esto lleva a que, si éste presenta dificultades de
algún tipo, la escuela dé la voz de alarma. Como se ha generalizado la doble
escolaridad, la mayoría de los niños pasan muchas horas en situación escolar.
Esto
lleva a que sea frecuente que el psicoanalista del niño deba estar en contacto
con la institución escolar. En las entrevistas entre éste y los docentes se
podrán producir efectos novedosos. Considero que no se trata de mandar un
informe o cumplir un requisito casi administrativo, sino de sostener un
intercambio en el que se puedan desplegar las ideas de cada uno, para ir
armando una nueva estrategia. Estrategia que el psicoanalista no podría nunca
construir sin el concurso de los docentes. Por eso, decirles a los maestros que
actúen de tal o cual manera o dar instrucciones lleva a un camino sin salida.
No somos nosotros los que podemos afirmar cómo tiene que tratar a un niño el
docente, sino que son los mismos docentes, a partir del trabajo conjunto, podrán
desplegar nuevos modos de conexión con el niño.
En
muchos casos, será imprescindible trabajar en equipo con otros profesionales,
en un intercambio que puede ser muy enriquecedor.
La
vigencia del psicoanálisis con niños:
El ataque contra el
psicoanálisis se ensaña particularmente con el trabajo con niños, en tanto no
se lo considera posibilitador de transformaciones en éstos. Así, se plantea que
no se pueden tratar de este modo patologías graves. Yo pienso que sigue siendo
la teoría que nos permite ayudar a los niños a desplegar sus potencialidades, a
construirse un mundo interno, a crear nuevos modos de operar psíquicamente.
Se apela a los
desarrollos de las neurociencias para hacerles decir lo que las mismas
neurociencias niegan: que todos los comportamientos estarían determinados por
cuestiones biológicas. Y se utilizan los desarrollos de las ciencias cognitivas
para suponer que un niño es una máquina a ser programada. Pero cada vez que nos
encontramos con un niño que no aprende podemos comprobar que la inteligencia no
está determinada a priori, que es algo que se construye y no por acumulación de
datos ni por ejercitación, sino sostenida por deseos, por complejización de
redes representacionales que tienen que estar ancladas en el funcionamiento
inconciente; es decir, derivar de deseos que han sido sublimados y pueden por
lo tanto buscar nuevas formas de placer. Y esto señala caminos diferentes en el
tratamiento de un niño, así como en la concepción del aprendizaje en general. Y
nos lleva, por ejemplo, a sostener que sería más importante desarrollar el
deseo de saber en los niños que forzarlos a acumular conocimientos que carecen
de sentido para ellos.
Pensar
que el único modo de trabajar con niños que presentan dificultades graves es a
través de la enseñanza de hábitos, es desubjetivar y deshumanizar a ese niño,
lo mismo que suponer que los déficits en la adquisición del lenguaje se pueden
salvar con una enseñanza mecánica del mismo es desconocer los procesos de
adquisición del lenguaje, que es un don que se recibe de otro investido
libidinalmente.
Por
el contrario, si pensamos en la necesidad de realizar intervenciones subjetivantes,
es central tener en cuenta las vicisitudes de la constitución subjetiva y el
tránsito complicado que supone siempre la infancia y la adolescencia así como
la incidencia del contexto en estos momentos de la vida.
Todo esto presupone
nuevos desafíos: ampliación de los campos de la práctica clínica, como puede
ser la presencia de psicoanalistas en salas de neonatología, trabajando con
padres y profesionales, o intervenciones puntuales en diferentes situaciones de
crisis social, abriendo camino a la elaboración de aquello a lo que puede ser
difícil poner palabras.
El psicoanálisis
implica transformación de las determinaciones y no simple taponamiento de los
efectos. Pero también supone la preocupación por la cura del paciente, cura que
no podemos confundir con los imperativos sociales de la época ni con mandatos
superyoicos. Cura que implicará que cada uno encuentre su propio camino.
Rescatar
la infancia, sostener las pasiones y a la vez dar lugar y tiempo al pensamiento
y a los procesos de elaboración, a los tiempos de tramitación de la angustia,
es hoy subversivo, en tanto rompe con la idea de un sujeto-robot al servicio de
intereses que le son ajenos y en que el valor es la utilidad, el dinero, la
apariencia.
Además,
el psicoanálisis con niños, en este momento, en una época signada por la
exclusión, está claramente enfrentado a la discriminación y al congelamiento de
lo humano.
Es
decir pienso que lo que caracteriza al psicoanalista de niños hoy es escuchar
al niño, considerándolo un ser humano en constitución que está sufriendo, y
crear abordajes, estrategias y recursos diferentes con cada paciente. También,
tener una actitud comprometida con todas las vicisitudes psíquicas de la
infancia y sostener una mirada esperanzadora y abierta.
[i] Lic en Psicología UBA. Directora de las
Especializaciones en Psicoanálisis con niños y de Psicoanálisis con
adolescentes de UCES/APBA. Directora de la Revista Cuestiones de Infancia.
Docente en diferentes universidades, hospitales e instituciones profesionales
de Argentina, España, Italia, Brasil y Francia. Autora de los libros: El
sufrimiento psíquico en los niños e Intervenciones en la clínica psicoanalítica
con niños. Co-autora de: Niños desatentos e hiperactivos, Marcas en el cuerpo
de niños y adolescentes, Niños o sindromes, Problemas e intervenciones en la
clínica (todos de la editorial Noveduc) y de Medicalización y sociedad (de la
UNLA).