Patologización de la infancia. Los rótulos en los niños: ¿A quién le sirven?

Lic. Elsa Kahansky [i]
Lic. Laura E. LLanos[ii]


¿Nos olvidamos qué era un niño? ¿Qué nos lleva a tratar de diagnosticar rápidamente? En la cabeza de padres, docentes y algunos terapeutas, parecería que no hay lugar para pensar, que un niño debe ser: sostenido, hablado, escuchado, para que “vaya siendo niño”, para que el mundo se convierta en algo interesante de ser “aprehendido”
Nos preguntan si es posible que  padezca ADD (Déficit de atención), ADHD, TGD (Trastorno Generalizado del Desarrollo), TEA (Trastorno del Espectro Autista), TOD (Trastorno Oposicionista Desafiante), etc.

Recordamos frases tales como: “está como volando y cuando explico algo juega todo el tiempo”, “no puede quedarse sentado e interrumpe mi clase con comentarios inoportunos que hacen reír a los compañeros”, “protesta, hace berrinche cada vez que le recuerdo que tiene que terminar la tarea”,“ es imprudente cuando juega en los recreos”, “corre y trepa en lugares donde no se puede”, “no hay posibilidad que se vincule con pares”, “se aísla y habla solo con su mano”, “se babea y aletea los brazos”, “contesta con monosílabos y realiza la consigna mucho tiempo después cuando en principio parecía sordo”, “hace berrinche y se esconde bajo la mesa y si lo queremos sacar le agarran ataques de nervios”, “no quiere estar en el aula y dice extrañar las trepadoras del jardín de infantes”, “se sienta solo porque saca todos sus útiles, “ocupa todo el banco y molesta a su compañero”, “deambula por el aula”, “si lo miro completa sus tareas y si lo dejo de mirar golpea los lápices en el banco con ritmo”, y tantas otras.

Muchas de estas conductas referidas por los maestros, la encontramos como un signo y un síntoma de estos síndromes nombrados anteriormente propuestos por el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales).

El uso del DSM V se ha generalizado con el correr de los años. Es frecuente que pediatras, neurólogos, psicopedagogos e incluso los maestros diagnostiquen a los niños con esta nomenclatura.

Es interesante pensar como el sufrimiento infantil ha quedado reducido a un catálogo de conductas esperables que deberían cumplirse en un niño para que dichas patologías se presenten.

La incidencia de estos cuadros creció velozmente en los últimos diez años, justo cuando se cree que existe el medicamento que puede curarlos.

Esto también dio lugar a que para estos cuadros se pensaran como etiología hipótesis que suponen organicidad, lo que llevó a sostener la medicación como una de las soluciones posibles, así como también los tratamientos reeducativos y de modificación conductual.

Si tenemos en cuenta como el DSM V describe el cuadro, nada nos dice sobre sus causas, lo que en verdad sería de utilidad a la hora de realizar diagnósticos diferenciales más acertados para cada problemática en cada niño en particular.

Más aún, el DSM V  no hace referencia a patrones evolutivos, como por ejemplo que sea esperable que un niño de tres años interrumpa sus juegos y el de los demás si se le plantearan actividades en un conjunto numeroso de niños. Con lo cual, hoy en día hasta la normalidad podría ser encuadrada dentro de estas variadas  categorías diagnósticas.

El diagnóstico nunca está en el repertorio mismo de las manifestaciones de un niño y menos aún en el pronóstico de cierto cuadro clínico.

Vemos como si nos quedamos con posturas meramente descriptivas de conductas esperables para cada cuadro clínico propuesto y no nos aventuramos a pensar las múltiples causas que determinan su sintomatología y que expliquen si es real o no la presencia del cuadro, la clínica se vuelve confusa y el sufrimiento infantil encuadrado en entidades clínicas cerradas en sí mismas que no justifican su existencia y que marcan a manera de un sello el desarrollo y la estructuración subjetiva del niño.

Problemáticas complejas, como por ejemplo las psicosis infantiles y los problemas de aprendizaje, han encontrado un nombre que simplifica la diversidad del sufrimiento infantil y los tratamientos.

De esto se trata cuando hablamos de patologizar la infancia. Si se tiene en cuenta solo lo que propone el DSM V además de volverse la clínica muy confusa también todo niño normal podría estar enfermo.

Siguiendo nuestras reflexiones recordamos el decir de una madre en terapia: “A Juan no le gusta dibujar ni escribir. En preescolar también le empezaron a notar que no hacía caso, hablaba una jerga inentendible, ahora mejoró pero le empezaron a agarrar ataques de nervios, grita, patalea y le pega a los demás. Cuando le hablas no te mira. Se la pasa trepando a cuanto lugar encuentra y se mueve todo el tiempo. En mi casa yo vivo gritando y mi marido se suma. Hace años que tengo mi padre enfermo y cuando cae internado yo me ausento de mi casa por semanas. Mi marido trabaja todo el día y no puede estar en casa. El embarazo de Juan fue el que peor la pasé, muy mal. Los hermanos mayores eran chicos y yo me la pasaba gritando con él en brazos. Nunca me pude sentar tranquila a jugar con el”.

El DSM menciona como uno de los indicadores para diagnosticar ADD/ADHD que un niño frecuentemente juegue o mueva inquietamente dedos, manos o pies y /o se retuerza en el asiento, también que frecuentemente corra y/o trepe en exceso en situaciones en las que son inapropiadas entre otros.

Juan fue medicado durante dos meses con anterioridad a la consulta psicoanalítica con ritalina al ser diagnosticado con ADHD. Los padres espontáneamente decidieron no darle más la medicación al observarlo aplacado, con insomnio y sin apetito. También había realizado tratamiento cognitivo conductual.

Las terapias comportamentales, en general, introducen técnicas de condicionamiento operante, centrando la atención en las conductas y sus consecuencias sobre el mundo circundante. Desde esta perspectiva la conducta es moldeada por las circunstancias ambientales que refuerzan o no de la misma manera en que el escultor da forma a una escultura: el comportamiento es modelado por una aproximación sucesiva, difícilmente instantánea. Tres conceptos son cruciales para este tipo de terapias: el refuerzo, el castigo y la extinción. Para esta corriente, por ejemplo, si un niño hace un berrinche habría que ignorarlo hasta que la conducta se extinga.

Fue interesante observar la sorpresa del niño mencionado cuando frente a su pedido de que la construcción que había realizado en sesión con ladrillitos permanezca intacta y en el mismo lugar que la había colocado fue respetada. Producción lúdica lograda en transferencia después de meses donde se ayudo al niño a elaborar sus ansiedades, frustraciones, conteniendo desbordes en lugar de ignorarlos.

Esto disparó la pregunta de si en estos tiempos vertiginosos que corren tanto para los maestros como para los  padres angustiados, presionados,  no pareciera que jugar fuera una perdida de tiempo.

Un niño nunca se desarrolla haciendo algo bajo presión. El interés en el enriquecimiento del alumno/hijo es diferente al miedo o la ambición por el futuro de sus alumnos /hijos. Mirar un niño como juez es disminuirlo.
De allí la importancia de rescatar la importancia del juego en la infancia.

Todos los niños del mundo juegan y esta actividad es tan preponderante en sus vidas que se podría considerar la razón de ser de la infancia. El juego es vital y condiciona el desarrollo armonioso del cuerpo, la inteligencia y la vida anímica.
Psicoanalistas post freudianos se ocuparon del tema. Algunos continuaron su línea y otros realizaron aportes nuevos.   

            Winnicott acentúa el valor creativo del juego. Afirma que en el juego y sólo en él puede el niño estar en libertad de ser creador y usar toda su personalidad y así descubrir su persona, “soy yo mismo cuando me siento creador”.  Para él el juego corresponde a la salud, por ende es terapéutico en sí mismo.

Para que un niño juegue, para que un niño se apropie del lenguaje y pueda utilizarlo para comunicarse, para que un niño aprenda, implica que el mismo haya podido asumir un posicionamiento subjetivo.

Es muy distinto trabajar terapéuticamente desde el juego bajo la premisa del refuerzo y la extinción que pensarlo como posibilitador del armado del psiquismo en un niño.

Frente a la insuficiencia de los modelos biologicistas es necesario rescatar lo valioso de las teorizaciones psicoanalíticas para armar estrategias que no apunten a lo reeducativo, a la adquisición de habilidades cognitivas y conductuales sino a la modificación de las condiciones de base que determinan cada cuadro clínico en cada niño.

Sabemos que cuando no es pertinente el recurso de la medicación acalla los síntomas, silencia al sujeto. Los efectos secundarios de la medicación son graves y se sabe que a largo plazo generan adicción psíquica. Un niño de diez años en sesión dice: “No puedo dejar la pastilla porque es la que me hace andar el cerebro”

El psicoanálisis con niños trabaja de manera privilegiada con las operaciones propias de la estructuración subjetiva. Y con herramientas propias de su campo como ser el trabajo con padres, el juego y el dibujo, donde se ponen a rodar identificaciones, deseos, prohibiciones, modos de pensamiento tanto de los padres en relación a su hijo como del propio niño.

Es importante que tengamos en cuenta que cuando se trata de diagnosticar se trataría de apostar a un posicionamiento ético que corra al sujeto de una lógica que objetiva y rescate la propuesta de escuchar la singularidad de cada niño.




[i] Lic. en Psicología (U.N.L.P –).  Ex -docente U.B.A y Universidad Atlántida Argentina. Actualmente Prof. Titular Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Niños UCES y APBA. Prof. Adj. UAI Carrera psicología Psicoanálisis III y psicopatología Psicoanalítica. Dicta seminarios sobre psicoanálisis con niños.
Profesora invitada Diplomatura Violencia UAI
Jurado de tesis Carrera de especialización en psicoanálisis con niños y adolescentes UCES-APBA
Compiladora; La patologización de la infancia III
Problemas e intervenciones en las aulas
Problemas e intervenciones en la clínica
[ii] Lic en Psicología UBA. Especialista en Psicoanálisis con Niños UCES.
Miembro del comité científico de la revista Cuestiones de Infancia UCES.
Investigadora Junior de UCES en la investigación “La desatención y la hiperactividad en los niños como efecto de múltiples determinaciones psíquicas”  Directora Lic. Beatriz Janin.
Ex docente por concurso de la Facultad de psicología UBA
Docente en la UNLaM