Por la
Lic. Valeria Prohens[i]
“El verbo leer no soporta el imperativo.
Aversión que comparte con otros verbos: el verbo
“amar”…, el verbo “soñar”…
Claro que siempre se puede intentar. Adelante:
“¡Ámame!” “¡Sueña!” “¡Lee!” “¡Lee! ¡Pero lee de una vez, te ordeno que leas,
caramba!”
-¡Sube a tu cuarto y lee!
¿Resultado?
Ninguno.
Se ha dormido sobre el libro. La ventana, de repente,
se le ha antojado inmensamente abierta sobre algo deseable. Y es por ahí por
donde ha huido para escapar del libro. Pero es un sueño vigilante: el libro
sigue abierto delante de él. Por poco que abramos la puerta de su habitación le
encontraremos sentado ante su mesa, formalmente ocupado en leer. Aunque hayamos
subido a hurtadillas, desde la superficie de su sueño nos habrá oído llegar.
-¿Qué, te gusta?
No nos dirá que no, sería un delito de lesa majestad.
El libro es sagrado, ¿cómo es posible que a uno no le guste leer?”
(Daniel Pennac – “Como una Novela”)
“Los
chicos no leen” es una expresión que se escucha muy seguido. Y últimamente, la
versión actualizada de esa sentencia es “los chicos de AHORA no leen”, haciendo
referencia a cómo -cuando de atraer la atención de los niños se trata-
aparentemente los libros quedan rezagados, detrás el ejército de las nuevas
tecnologías y el encantamiento de lo virtual, bajo la forma de juegos y redes
sociales.
Y como cada vez que las cosas
se plantean en términos absolutos de “blanco o negro”, “o una cosa o la otra”,
las alternativas se reducen, y la sensación que aparece es la de estar
perdiendo algo en lugar de sumar, integrando lo nuevo.
Afortunadamente, cuando uno
puede atravesar la tajante generalización de “los chicos”, se encuentra con
ciertos especímenes raros: ¡parece ser que hay chicos de ahora que SÍ leen!
Chicos que -ADEMÁS de chatear, clickear “me gusta” o jugar en red- también son
capaces de disfrutar de una buena historia, leída o contada.
Pero entonces… ¿qué es lo que
hace que un niño desarrolle o no el interés por leer? No se trata de la
ausencia de otros estímulos más novedosos, ni de una cuestión de imposición por
parte de los adultos, eso está clarísimo.
El gusto por la lectura, por
escuchar relatos, por leer solos, por manipular los libros, es algo
absolutamente singular. El vínculo que se establece con la literatura es
puramente subjetivo, diferente para cada niño, en cada ocasión.
Si bien es cierto que, de acuerdo a la edad, podrán mostrar intereses comunes (cuentos clásicos, de animales, de hadas, fábulas, novelas de misterio, de detectives, de terror, etc.) la verdadera relación con la lectura es individual. Cada uno tendrá sus gustos, sus preferencias, su momento para encontrarse con lo que le depara el relato narrado o escrito. Por eso las grandes dificultades a la hora de intentar instalar la lectura -casi por la fuerza- como algo masivo, obligatorio y curricular.
En
su artículo: “¿Es posible leer en la escuela?”, Delia Lerner hace
hincapié en la desnaturalización que ha sufrido la lectura en el ámbito
educativo, y propone revisar el sentido de la misma, intentando una
articulación entre los propósitos didácticos, y los propósitos del alumno:
“Para
que la lectura como objeto de enseñanza no se aparte demasiado de la práctica
social que se quiere comunicar, es imprescindible “representar” –o
“re-presentar” en la escuela los diversos usos que ella tiene en la vida
social.
En
consecuencia, cada situación de lectura responderá a un doble propósito: por un
parte enseñar y aprender algo acerca de la práctica social de la lectura
(propósito cuya utilidad, desde el punto de vista del alumno, es mediata); por
otra parte cumplir con un objetivo que tenga sentido desde la perspectiva
actual del alumno.”
Es
decir, sin perder de vista el objetivo didáctico, el desafío está en poder
cautivar, interesar a los niños por esta práctica, y esto depende - en gran
medida- en la forma en que es transmitida por los adultos, haciendo de la
lectura algo significativo para quienes están aprendiendo.
¿“Y
si, en lugar de exigir la lectura, el profesor decidiera de repente compartir
su propia dicha de leer?”-se pregunta Daniel Pennac en su texto “Como una
novela”-
En
relación a esto, el docente juega un rol fundamental: encarnando los
comportamientos típicos del lector, brindándole a sus alumnos la posibilidad de
participar en actos de lectura que él mismo está realizando (leer un cuento,
buscar información en una enciclopedia, compartir un texto que le gustó, etc.)
en definitiva, vinculándose con ellos “de lector a lector”, sin perder de vista
el propósito didáctico, ya que, según plantea M.E Dubois en su artículo “Algunos
interrogantes sobre la comprensión de la lectura”:
De
la misma forma, la transmisión del interés por la lectura -fuera del ámbito
escolar, pero intrínsecamente vinculado con éste- tiene su espacio privilegiado
en el hogar.
Es
importante mencionar que, aunque en algún momento pueda llegar a convertirse en
un hábito por demás saludable, la lectura también tiene otra cara, la cara de
lo placentero. Donde más que la firme voluntad de repetir un ritual vacío,
entran en juego el placer, el interés y el disfrute. Y es justamente en el hogar,
donde esta experiencia placentera de la lectura puede comenzar a instalarse
desde muy temprana edad.
Si
a los adultos les interesa genuinamente la lectura, el leer o escuchar cuentos
cada noche, por ejemplo, seguramente se instalará con mucho menos esfuerzo en
la rutina familiar, como un momento esperado y disfrutado por los grandes y los
chicos.
Otros
espacios interesantes que pueden abrirse con los más grandes, -que ya leen
solos, y se animan a las novelas e historias más largas- son aquellos en donde
puedan intercambiar con los adultos sus impresiones y opiniones sobre lo que
van leyendo. Leer “en paralelo” (pero cada uno por su lado) con los hijos algún
texto, o alguna novela, no sólo enriquecerá a los adultos, sino que será una
oportunidad importante para compartir y conectarse con los púberes y
adolescentes desde otro lugar.
Las
soluciones mágicas sólo existen, justamente, en los cuentos.
Hacer
espacio para que aparezca la curiosidad, el interés por leer, escuchar y hasta
inventar historias, para luego crear y sostener el hábito en los más chicos, se
verá facilitado si los adultos que los rodean disfrutan y valoran ellos mismos
el acto de leer. Eso es mucho más eficaz que cualquier postura que implique
“hay que” (hay que leer todos los días, hay que terminar el libro que
empezaste, hay que responder las preguntas que te hago a ver si entendiste la
historia).
En
cambio…
Si los adultos leen, les gusta y se
les nota,
Si hay libros, que no sólo están
ordenados en la biblioteca, sino que circulan, están en movimiento,
Si los niños tienen sus propios libros
y los aprenden a valorar y cuidar,
Si pueden leer cuando tienen ganas,
varios libros a la vez, o de a uno,
Si se los estimula a leer “porque sí”,
y no sólo “para” (para resolver una tarea escolar, por ejemplo),
Si se les permite que dejen un libro
sin terminar, porque no les gustó o dejó de interesarles,
Si hay tiempo para debatir,
intercambiar opiniones e ideas sobre una lectura,
Si
hay alguien que accede a contarles una y otra vez, miles de veces el mismo
cuento favorito, hasta la exageración…
…entonces
es muy probable que allí crezcan pequeños lectores, curiosos, creativos e
inquietos, que podrán utilizar la lectura como una herramienta sumamente útil
para concretar diferentes propósitos: buscar información, realizar una lectura
crítica, emitir opiniones, tomar posición respecto de lo que se lee, pero
además, podrán recurrir a ella como fuente inagotable de placer.
En
definitiva, como propone Pennac: “Leer, leer, y confiar en los ojos que se
abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará
otra pregunta.”
Porque de alguna manera, leer es
sumergirse en otros mundos dentro del propio mundo. Es estar dispuestos a abrir
la puerta a aquello que nos enriquece y transforma, y nos permite también
pensar y transformar lo que nos rodea.
Y
poder crear desde sus espacios primarios de pertenencia - el hogar y la
escuela- las condiciones para que los niños desde pequeños dispongan de esa
capacidad de transformación, implica ampliarles las posibilidades para que
puedan armar su propia historia, esa que empieza a escribirse justo después del
“colorín colorado”.
Referencias
Bibliográficas:
Dubois,
M. E: “Algunos interrogantes sobre la comprensión de la lectura” Lectura y
Vida. Revista Latinoamericana de Lectura, año 5, N° 4, 1984.
Lerner,
Delia: “¿Es posible leer en la escuela?” Lectura y Vida. Revista
Latinoamericana de Lectura, año 17, N° 1 ,1996.
Pennac,
Daniel: “Como una novela”, Buenos Aires, Norma, 2004.
[i][i] Licenciada en Psicología (UBA)
Diploma Superior en Ciencias Sociales con
mención en Psicoanálisis y Prácticas Socio-Educativas - (FLACSO)
Miembro adherente de la Asociación
Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y la Adolescencia
(ASAPPIA)
Miembro titular de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM)
Integrante de la Comisión de Psicología de la Discapacidad - Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires - Distrito XII
Miembro titular de la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM)
Integrante de la Comisión de Psicología de la Discapacidad - Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires - Distrito XII
Terapeuta de niños, adolescentes y adultos
en consultorio privado
Psicóloga integrante del Equipo de
Coordinación en el Centro Educativo Terapéutico Jugaramar (Quilmes)
Docente en la materia “Teoría y Técnica del
Psicoanálisis con adolescentes” en la Escuela de Posgrado: Clínica Psicoanalítica
de la Infancia y la Adolescencia - ASAPPIA.
Profesora adjunta de la cátedra “Orientación Vocacional y Ocupacional” – Facultad de Desarrollo e Investigación Educativos – Universidad Abierta Interamericana.
Profesora adjunta de la cátedra “Orientación Vocacional y Ocupacional” – Facultad de Desarrollo e Investigación Educativos – Universidad Abierta Interamericana.