Por el Dr. Juan Vasen [i]
Habíamos nacido después de la guerra. Éramos la espuma que
queda después
de la marejada.
Erri De Luca
Llamamos subjetividad a nuestros modos de ser, a lo que
creemos que somos, y a lo que hacemos con eso. Es un territorio complejo de
tendencias contradictorias que muchas veces unificamos ilusoriamente bajo la
sigla “uno mismo”. Y, a veces, también creemos que siempre hemos sido así, y
que la gente a lo largo de la historia no se ha modificado más que como efecto
del escenario geográfico que habitó. Hollywood nos ha hecho creer que entre
Cleopatra y una bella e intrigante mujer actual no habría más diferencias que
las de la cosmética de sus ojos. Pero no es así.
Tampoco la
crianza y la educación han sido parecidas en otras épocas. Los estilos
con que las personas dan sentido a su existencia, viven, trabajan y aman han
variado de modo notable a lo largo de la historia. Los conflictos, angustias y
modos de resolución tienen una fuerte raigambre en la época, en la que el
“humus” donde esas raíces pueden nutrirse, el piso de las prácticas que fundan
esa subjetividad, no ha sido el mismo a lo largo de las épocas. No somos
siempre espuma de las mismas olas.
La familia
sostenida en sus funciones por el Derecho compartió, en Occidente y
durante siglos, sus prácticas formativas con la iglesia. Dios, Patria y Hogar
se inscribían como los ideales. A estudiar, rezar y trabajar, entonces. Actualmente
el escenario familiar ocupa un lugar decreciente en relación a otros ámbitos de
socialización formales (escuela) e informales (medios masivos de
comunicación).
Esa familia ha
ido perdiendo progresivamente sus funciones que hacían de ella una
micro-sociedad. La socialización de los niños
transcurre cada vez más por fuera de la esfera doméstica. La familia deja pues
de ser una institución y los padres guían cada vez menos. Se convierte
así en un lugar de encuentro de vidas privadas entre quienes proveen y
quienes son proveídos.
La fantasía del
“hogar nido” se ha resquebrajado. Los medios invaden la cotidianeidad y ponen
en evidencia las múltiples fuentes e influencias que gravitan en la crianza y
la educación. Lo que, a veces, resulta abrumador.
Podemos apreciar
el reflejo de la contraposición de las principales tendencias en conflicto en la tapa de nuestros DNI donde
formar parte del Mercosur como consumidor está por encima de ser
ciudadano argentino5. Este contrapunto ciudadano-consumidor, con el
creciente predominio del lazo que el consumo instituye, marca aquel pasaje. Y
lo hace porque produce dos subjetividades distintas: la instituida por el estado, y la producida por los medios y el consumo. Se trata,
entonces, de una configuración de intereses, ideales y emociones;
subjetividad que llamamos informacional
o mediática.
En los últimos tiempos en nuestro país, (pero no sólo aquí), se dio un
intenso debate alrededor de la promulgación de la ley que regula la
concentración mediática. El gobierno
y una empresa multimedia en especial se trenzaron en una lucha sin
cuartel
Más allá de “argumentos” en pos de la libertad de prensa imaginariamente amenazada y de
la necesidad de des-monopolizar el sector, los fuegos cruzados velaban, a la
par que escenificaban, una cuestión de fondo.
Se trata del
lugar de los medios y del Estado en la construcción de los modos de
ser actuales. Mientras la subjetividad del ciudadano se conforma a
partir de la Familia, la Escuela y detrás de ellas el Estado Nación, la subjetividad mediática que viene arrinconando a la
primera es producida por los medios de comunicación.
Bart Simpson lo
enuncia sin vueltas: -“A mí me crió la televisión”
Porque si antes
cada hogar disponía de posibilidades de regular a través de horarios y espacios la presencia mediática en el seno de la familia, hoy ese filtro se ha roto.
Y entonces nos encontramos con que lo que se discute son las formas de ser que
queremos resguardar en su formación, en su “producción”. ¿Cómo queremos ser? ¿Cómo queremos que
sean nuestros hijos, y alumnos? ¿Qué ideales, apetencias, valores y formas de lazo con los otros
aspiramos a tener para nosotros y nuestra descendencia? ¿Qué esperamos que trascienda como bagaje de época? ¿Dónde están resguardadas nuestras esperanzas para las generaciones próximas?
Están en juego cuestiones que hacen a la manera en que nuestra
subjetividad se modela y modula hasta convertirla en un ente, en un “producto” social: ser niño, ser alumno, ser hijo. Y por ende en sus figuras correlativas:
ser padre y madre, ser maestro, ser adulto. Pero además, y cada vez más centralmente, ser consumidor, ser
cliente. Todo ello crea filiaciones y linajes, pero también pertenencias y fidelidades.6
La publicidad es
quien se encarga de dar imagen y significación a las marcas que marcan ese
territorio donde parece haberse alojado no sólo las huellas de experiencias
vitales sino también las marcas de las marcas comerciales. Nuestra subjetividad
ya no alberga solamente los arrorróes y mimos, los olores y las voces, los
nombres y apellidos. También ha sido colonizada por las marcas. Horadada la
roca moderna del hogar
nido, nuestra intimidad en esta era del Big Bang mediático se ha tornado
cada vez más ex-timidad.7 ¿O cuántas de las
primeras diez palabras que aprende un niño se las enseñaron sus padres?
Entendidas como
entidades, esas formas subjetivas devienen un “artefacto” sin arte, una suerte
de producto estandarizado (al estilo de ciertas siglas y “diagnósticos”) que
oculta y vela que se trata de una subjetividad que está en permanente proceso,
que “gira sin cesar.”
Según Lewkowicz, “En la era de las instituciones el lugar precede. Ese lugar
constituye subjetividad pero a la vez obstruye la subjetivación”8. Es decir que
las tendencias contrapuestas y en conflicto están, ambas,
presentes.
Precisamente esta
cualidad procesual, este perpetuum
mobile desafía nuestra tendencia a englobar,
categorizar y clasificar que es nuestro modo moderno de inteligir y comprender.
Hubo épocas en que los humanos eran
clasificados en tipos o hábitos según sus rasgos corporales. Así, por ejemplo, según Kretschmer nos dividimos en pícnicos, atléticos y leptosómicos. Constituciones
consideradas como resultante de la expresión del genotipo en el fenotipo, que de este modo dictamina
morfologías y modos de ser, de habitar el mundo y reaccionar ante sus
variopintos estímulos. La anatomía era el destino.
¿Puede el psicoanálisis de niños ofrecer una perspectiva enriquecedora? Comparto que sí. Porque “entre otras cosas es capaz de poner de relieve la
alegría de la diferencia. La prevalencia de la experiencia y la primacía del juego como profanador de los pensamientos sacralizados (…) Que alguien
responda a las formas instituidas del deber ser, que «le vaya bien» en la profesión o en los negocios, que un niño juegue «bien» al ajedrez o al fútbol o tenga un desempeño académico adecuado no constituyen
condiciones suficientes para decir que se siente real ni feliz”.
[i]
Psicoanálista y Especialista en Psiquiatría Infantil
-Ex Residente y Jefe de Resientes del HNRGutierrez
– Ex Docente de Farmacologia
– Médico de planta del Tobar desde 1985
– Cofundador y actual coordinador del Programa Cuidar Cuidando
– Miembro del ex ForumADD/en adelante Forum Infancias
– Ex Docente de Farmacologia
– Médico de planta del Tobar desde 1985
– Cofundador y actual coordinador del Programa Cuidar Cuidando
– Miembro del ex ForumADD/en adelante Forum Infancias